martes, 15 de enero de 2008

Primeros poemas

Escritos a comienzos de los '90



CORRAL

Sopla un verano bajo de puerto o muelle
la piba con el bizcocho continuo.
Alrededor de cegueras, sorderas, mudeces,
dormita en mi mano y despierta su mueca.
Mudé de inmediato las vistas con esfuerzo
de quien trepa llanura y conoce pertenencia.
Un manto de desmanes ausentes
que, aunque en el baile, sus cuerpos
parecen metal, su fauces gritar
al que ladea cercano.



VELERO DEPORTIVO

Velero deportivo
que con sueño se va más lento
sin destino sobre la sal,
grano a grano: rojo, amarillo, violeta,
como en un mar pretencioso.
Se va perdiendo sus alas y sus velas,
velero de la tarde, de la oscuridad.
Lo espían de madrugada los marineros
que pescan anclas y comen mal.
Hubo un ahogado esperando el viento.
Velero faldero,
que en la esquina ha postrado un banderín.
Lo agarra un oficial callejero y le pita
mientras las olas respetuosas
aguardan y dan senda al del ladrido.
Velero deportivo,
como en un mar pretencioso.
Sus luces para el día: rojo, amarillo, violeta.



RITMO MACABRO DE 1994

Cómo se nos vienen los destinos
rodando por la ladera del este.
En este cuarto de hora, blanco y apacible,
que sólo lo causa un batifondo,
aquel sujeto y raído trajín de empedrado
resbala al final:
Un cartel pintado con “Obreros trabajando”
y justo ahí, hacia un costado, un pozo
que ha anegado el camino.
Cómo se nos vienen los destinos
y el contrapunto y la incerteza del suelo.
Con sólo acariciar el aire en los andenes
todos los trenes impulsan sus quejosos
arrebatos de partida.



ADIOS

Se fue en país negro y aún no recuerdo
si dijo al Africa, Asia, julio o enero.
Adiós que seguro su palma movía
en medio de nata vacía el pañuelo.
Después vino bien, pues aún lo retengo,
su espalda hinchada, sus fauces frías,
tanteando la mañana.



ARTIFICIO

Cielo a rayas de oscuro plástico,
tintineo en la cortina de almacén
al nublarse con espías empañados.
Sobre amarillo el gris
de la raíz cemento
que elige ventana y laberintos.
Esconde
siempre detrás de pintorescas lianas
sobre las que de vez en vez
va a posarse algún zorzal.



DIFUNTA

La fruta buena rueda en el canto
de una vela
hasta la arada hierba entre sus brisas,
dice un lamento y busca en ruegos
la madreselva.

Laberintos de troncos afilan lunas con sus sables.
Que no baje, que no moje,
el ruin gaje que da su humor,
que con vano arcoiris surge
la noche de su laguna.

Enano, el aire y sólo, cálido avestruz de un viaje,
tan herido presta su secreto contorno.
Suben paseanderos a la cresta
sesgos de sus labios en el rouge
al entierro de acedera.



EPODO

¿De qué trata noche de mantos
como santos su apática luz?
¿Qué traerá sobre otra gota
derretidos ya sus cielos?
No son truenos, no son ruidos.
¿Tambores? Tambores,
tornados arribando.



HASTIO

Por umbrales tarde
trae aire corriente
que a la cara asciende,
caliente enciende,
trepando posa.

Ojos que cerrados no la ven,
piel que ya casi no la siente.
Ella, que se duerme bien
con cuanta puerta curiosa
galopes le estrelle.



MARIONETAS

Mejor que sojuzgados en contornos residuales
de lagunas transportadas a los caños como un plano
arrugado y no blanco, sin enfermos animales,
accidentes atropellan dos enaguas tan hirvientes.

Se levantan y les bailan una selva de pastores
allá tarde por los soles acurrucan dos en noches,
dos incendios ennegrecen la partida de sus dioses,
casi sobre tersos brotes que la obligan a mover.

Por encima bocetadas entre picos de nogales,
sorprendidas sus comarcas por la muerte de la noche
desde suelos de pantanos hasta múltiples redobles,
estandartes con señales decoradas por color.



EL REGRESO

Los acentos que me inundan
desde atisbos desparramo,
cada palabra un monte,
cada blanco llanura.

Todo perfil del cielo
que a sus formas reza:
ser parte de esa,
ni altura, ni beso.

Solamente hojeo
a las guardas que cual velo
resguardado tras sus brotes
me desvisten y rasuran.



LA PARTIDA

Por la mañana de julio ronca un mastodonte
su cotidiana avenida.
Fieles rendidos siquiera lo lamen
arroyos con aires o sangres transparentes,
aplastan el aire con una cucaracha.

Tanta es la dicha que acá nos permite
seguir deleitándonos con viejos saltos,
color del astro siempre pareando,
tanto tranquilos, tanto sonámbulos,
damos y dan las órdenes floras.

Allá, canturreo de viajantes
su oficio eleva el arte de un cartel.
Fumar como un niño tenor
crea el día en su quejido
con sus salmos de maestra.



ORACION

El lento movimiento de la cuerda
toda pertenencia estrangula.
Hasta los colmos azota y eleva
sonido entre el sonido y la ausencia
o la primera ausencia del sonido.

Recuerdo del tambor de esas uvas
que llevan hacia altares heridos
caudales regios sumiendo icor.



SALMODIA

La luna es la peineta
de una negra con peluca
que usa anzuelo cuando el sol
afeitándole la nuca
su pañuelo frío enlaza,
horizonte sin extremo,
y su plano palmo mueve
enroscándole la masa.
Tanta nueva perla esconde
tras adornos de pendientes:
Tres Marías relucientes
y la Cruz del Sur al pecho,
que le ven gemir el lecho
ante mártires redobles.



LA HUMANA PROFESION

No logro seriar el desborde
de los pómulos que ebullen bajo el maquillaje
ni los adornantes bucles negros que esconden
en su sin fondo la niñez,
ni el cómico sombrero del carnaval de disfraz,
austero y lejano, solo,
cual cuarto de ensayo.



EL GATO

La lengua, cascadas de sal,
orillas sanas,
sobre la oscuridad del río abre.
Destello lejano el radar agazapa,
que lo desplaza, sobre el mármol de hielo nada,
solitario el pescador.

Erguidos, los brotes de fino pelamen,
los trazos, que en oleos alerta se dilatan,
lamen.
Al chillón ruido de sus ramas cortas,
al deleite una flauta ahoga
ciega y sinuoso sereno.

Haces mudados agitan
pasos bajo brazos de vapor
y estiran débiles de juventud a las olas.
Sus rulos hechizan,
como el iris revoloteando cada poro,
ciñen morochas las perlas el jardín.



LA REJA

Suelo como un ala más blanco que el azul,
sombra entre los robles con mechas trazado,
sereno como opaco aire de cuadro,
porcelana o maleza por debajo acanalada, ausente.
Nativo brazo de nebulosa, su eternidad,
perfidia de ramilletes.
Azul de peces, otoño de estanques y luna nueva
que se desvanece, dilapidando esquiva.
El papel único del viento a la hierba
en malva oculto envuelve
testamentando rimas.
Sobre monótono empedrado del cielo la noche
entonces refleja canto.



PIRUETAS

Mulata y duda van a la par
a paso preso pero largo.
La risa de un cuello herbario
al estanque huye en su andar
que la brizna enjuga un rizo
por tornar salado el ramo.
Un collar de olas curiosas,
desdeño joven, espión,
espinza sus pétalos
de escondrijo y lozanía.



TALLADO

Seda sobre ojuelos
burilando el campo pierde,
la sequía de algarrobos
riñe tras la brisa.

Las hojas y los ruidos,
la tinta en las abejas,
transpiran el cincel
las huellas espejadas.

Qué bruñir más que el rubí
en incrustada melodía
y absorber tal torrente
entre esmaltes para ello.



LA VIA LACTEA

Ya los remos que moderan, que suavizan o que acunan
como el fuego en vela, de cada cosa lo eterno,
o el bramido que se aúna cual profeta de la arena
a las ramas en el cielo que entre olas se lastiman,
o las aguas que en el viento
hacia el poniente desfilan.

Cuando ver no se deja, cuando tanta
luz de la lámpara al crepúsculo llama
para que en niños reflejos mude
(porque es muda y eterna al verter
pálidos dobleces acunados),
el llanto que entibia su sombra.

La voz que vuelca en la tela
con un ansia curva de airear,
de jarro blanco y de penumbra,
suelta, cuando la tarde espesa
salpica a cada haz,
a su oculto y su sordo santo.

El verde y el ocre le bañan
los calmos brillos de rincones.
Tras el marco, la noble mañana,
el oficio, licores dormidos
en hueco marfil de robusta torre,
amasa, sus años intuye.

Fresco pañuelo o hábito a sus ojos
hasta el arca donde los pómulos reposan.
Huele la boca sobre el pan, en la olla,
y el jadeo de burbujas casi ciego
ida la tiene, que ya nada quiere
para el que turbe a la frágil moza.

El cielo envuelve a su mesa
y a su vientre, huyen restos de truenos
que la beben de un celeste más bien claro.
Hasta los pies mover podría
y tan exhausta su lejanía tiende
por detrás de los jirones que la rezan.

Podría saltar cuando haraganas
las caricias que se cruzan y la buscan
en su piel (podría saltar
por alimento o abandonarlo)
cesen su trabajo como una ola
o catarata que tienta.

Si el decorado, que es lento, cruje
mudo por sus velos y mañas,
el cuello aterciopelado sobre el agua
y las manos que dormidas nadan
como el rostro escondido del sol
sobre el fondo de una arruga tierna.

La tersura, plana, como una vida,
montones de seda que colorean
la hoja rústica, la rosa débil,
tras monotonías de coqueteos y aromas,
paciente ha de quedarse en la tarea
hasta que crezca en la espalda su asa.

Como en ronda, de vuelta sola
(sudada había salido hasta sus huesos
para que el frío cuando rozara, morado,
cabellos ancianos o hilos de arena
le calara atado al viento)
con las gotas y las luces.

Ya el silencio que sus palabras recobran,
el ruido que frota su leche mansa o pluma
y oculta el bramido que su forma le va haciendo,
que la cubre y la enrosca
sobre la espuma ahogada,
rapto huido u hora de la noche.