Textos más recientes, de 2006.
LA MUDANZA
I
Uno sabe que es ansioso, lo que no sabe es que está cada vez peor. Es algo que se puede comprobar, por ejemplo, antes de una mudanza. Basta con vivir en un departamento de dos ambientes y querer mudarse a uno de tres para que las condiciones estén dadas. El problema, o mejor dicho uno de los problemas, es hacer una operación simultánea. Vender para poder comprar, sincronizarlo bien. Aparecen las dudas propias del mecanismo. Si se vende y aún no se compra, ¿dónde va a ir uno a vivir? O al revés, ¿cómo se paga el departamento nuevo si todavía no se vendió el viejo? Etcétera, etcétera. Se busca asesoramiento, por ejemplo de una inmobiliaria, siempre y cuando sea de confianza.
II
Yo conozco una inmobiliaria. Un lugar chico, atendido por sus dueños. Lo que no me explico es por qué se llama Chasqui. Chasquis, si mal no recuerdo, eran los indígenas que llevaban y traían la correspondencia. Pero esto no tiene nada de correo, es una inmobiliaria.
III
Puede que atienda Rogelio y lo primero que diga, con tono paternal, es que el paso principal ya está dado. Quiere decir, poner en venta el departamento. Hay que tasarlo, firmar un contrato. Suena razonable. Además, hay que combinar un día para que vayan a tomar las medidas. Y también a recabar una serie de variables que pesan a la hora de establecer un precio. Es probable que el valor sea bastante más alto de lo que pensamos, lo que abre dos posibilidades: o buscan tentarnos para que les cedamos la propiedad, o es cierto lo que se dicen los diarios y la televisión, de que los precios han vuelto a los valores del uno a uno. Al cabo, si nos convencen, uno firma unos papeles y entrega una copia de la escritura a la inmobiliaria, que por un lapso de setenta días adquiere la potestad de vender el departamento y cobrar una comisión. Si uno va recomendado, es probable que le hagan un descuento en el porcentaje.
IV
En general, el fin de semana siguiente ponen un aviso en los clasificados del diario y mandan a una persona para que haga la guardia. Puede ser entre las tres y las seis de la tarde, o entre las cuatro y las siete, según la época del año, por la hora en que anochece. La situación es nueva, claro, y genera temores. Por ejemplo, a ser víctima de un asalto, sobre todo si la transacción ocurre en un país que atraviesa una fuerte crisis de inseguridad. La situación de mostrarle a extraños un departamento habitado puede ser una tentación para el hampa.
V
Un interrogante bastante común es qué hacer tres horas con la persona de la guardia. ¿Hay que estar con ella y conversar, o dejarla sola en la cocina mientras uno hace otra cosa? Es difícil saberlo de antemano. Lo mejor es relajarse y ver cómo se van dando las cosas.
VI
En realidad, no hay que prever tanto. Porque puede pasar que los preparativos al final no sirvan para nada. Que uno se quede tres horas esperando a que suene el portero eléctrico, rogando que venga alguien que haya leído el aviso, y nada. Tampoco hay que pensar que el departamento se va a vender enseguida, y que su amplitud y excelente estado de conservación son dos poderosas armas de seducción a la hora de conseguir compradores. Parece obvio, pero para que eso ocurra primero la gente lo tiene que ver.
VII
Por las dudas, y ante el desconcierto que provoca el eventual desaire, es recomendable ir hasta la planta baja para asegurarse de que el portero eléctrico funciona bien, que no sea un desperfecto en el aparato la causa de que decenas de personas interesadas se vayan luego de insistir una y otra vez con el botón apretado, sin obtener respuesta. Si uno toca y arriba atienden, esa hipótesis queda descartada.
VIII
Lo mejor para combatir la ansiedad que provoca la espera es ver si salieron avisos de departamentos para comprar que coincidan con lo que nosotros estamos buscando. Si hay algo, se puede dejar a la mujer de uno con la persona de la inmobiliaria y salir a hacer una recorrida. Aunque a nuestra mujer no le guste, hay que tratar de convencerla de que es la mejor forma de optimizar el tiempo. En alguno de esos avisos puede estar nuestra futura vivienda.
EL EDIFICIO
Enfrente hay un lugar que no sabemos lo que es. Podría ser un hotel. Un hotel moderno, de varias estrellas. Tiene diecinueve ventanas, algunas iluminadas. Además, hay una especie de pasarela por la que de vez en cuando camina gente. De noche se ven los televisores. Se trata de uno de los edificios más grandes de la manzana. Cada vez que viene alguien a mi casa nos ponemos a especular sobre qué funcionará allí dentro. Dicen que un hotel no, porque ven que algunas personas andan en silla de ruedas por la pasarela. Que lo más probable es que sea un geriátrico. Pero cuando nos quedamos mirando observamos que todas las personas que salen a la pasarela lo hacen en silla de ruedas. Eso cambia nuestra idea de lo que hay allí enfrente. Concluimos en que tiene que ser un centro de rehabilitación para pacientes con problemas ambulatorios. También, claro, podríamos dar una vuelta manzana, pasar frente al edificio y ver si hay algún cartel que nos quite todas las dudas.
LA ROPA
Los Albarado son un matrimonio común y corriente. Ella se llama Susana, una ama de casa que se pone feliz cuando cuelga la ropa en el lavadero y el viento la mueve. “Se va a secar rápido”, piensa. Parece una estupidez, pero la realidad es que el clima húmedo, muy típico en la costa galesa, es toda una complicación. La soga permanece llena durante días, con la ropa mojada, muerta de risa, hasta que al final toma olor feo y hay que volver a lavarla.
FIDEOS
A mí lo que me gusta es que das la directiva y movés la manito. Porque vos tenés un tema con la mano. ¿Te acordás de la paleta? Si no es la manito es el dedito. Movés el dedito desde atrás, me cargás, te reís, me das besos, te vas a ver si ya están los fideos. Faltan cuatro minutos más o menos. Hasta que me decís: ¿Venís? Y yo voy. Voy y los cuelo. Eso es lo que más te gusta, me decís. Y querés ver mi cara para comprobar si es verdad.
CUADRADO
Es un cuadrado, casi cuadrado, un poco más ancho que alto. A la izquierda termina una pared de ladrillos, un costado en el vidrio y el otro en pintura blanca. Entonces, como producto de la primera terminación, empieza un frente transparente, sólo interrumpido por un marco de metal, en forma de “u” invertida, y dos manijas largas en sentido vertical, una del lado de adentro y otra del lado de afuera. Ese es el límite entre el mosaico y el mármol. Viene el mármol, vaya a saber uno de qué color, a la izquierda unas plantas y adelante el escalón, el semicírculo, adornado en el borde con dos canaletas. Es espejo también, pero después no, al bajar, porque hay baldosas y las baldosas son opacas. Hay todo un ancho de vereda hasta el árbol, y a continuación un auto estacionado. Pasa un hombre con la camisa afuera. Con las piernas bastante separadas, camina. Pasa un joven con buzo y mochila. Pasa un taxi y luego un auto, por el empedrado. Aunque durante varios minutos no pasa nada. La mayor parte del tiempo no pasa nada, y menos un domingo.
DISCO
En esta grabación, de tan extraordinaria que es, da la sensación de que el que canta lo está haciendo alcoholizado. Escuchamos bien el espanto, como volver a la sensación de aquella mañana. En un restorán sentimos el ruido, en la calle. Conozco tu pueblo. Hablás con alguien como si estuviera hablando con vos, pero en realidad ya habló antes, cuando no estabas. Qué linda consigna. ¿Qué le ponemos arriba? A lo mejor no lo recordás, pero mi objeto preferido es un disco de plástico rosa. Estamos armando la casa con canciones como ésta. ¿Estás sola? ¿Preguntarán eso o cuánta plata tenemos para negociar? Porque cuando firmamos el mutuo se establecía que no se podía pagar nada por fuera. Nos prometieron el oro y el moro, e igual no alcanza. Una cosa más, la última: se habla del asunto cuando se refieren a ella. Y la verdad es que ella, así como la ves, recorrió toda Rusia, todas las provincias rusas. Decía que ni la barrera del idioma se interpone en las canciones, que perciben la sinceridad del cantante y por eso se entregan, como si fuera una colecta que todavía se va a extender unos días más.
EL CHICO DEL ESPACIO
Tiene catorce años y está cambiando con la moda. Esta es mi comida, dice, y esta es mi muñeca, mi juguete. Dice cómo se llama, pero no se entiende. Prefiere dormir en el hotel. Es como si viniera del futuro a parar en la esquina. No se puede controlar. Cada uno de sus movimientos es una intriga. Como no tiene tiempo, mira alrededor y se mueve con un arma, va buscando su destino, pero nadie le cree. Mira el sol y sus ojos parecen cucharas con el mismo deseo. La electricidad es rica y romántica. Por eso mira y mira, sin sentirse culpable. Está buscando algo o llamando al día. Yo era un artista, dice, pero ya estoy viejo y no puedo dormir. Es muy excitante ver cómo se produce el descenso. Hay silencio, suspenso, eructo, hasta que se pone en evidencia y le agarra vergüenza. Entonces vuelve a correr, rebelde, y lo único que quiere es contar la verdad. Ahí aparece la ametralladora, no la tenía escondida. Qué rápido se deteriora su voz, susurra y raspa. Brasil lo espera, tal vez, pero un Brasil anglosajón. Claro, ya no hay vuelta atrás y se traslada sin escalas. El hombre anciano... Yo diría: hasta el hombre anciano se pone colorado.
SILICONA
La silicona no era dañina. Había una necesidad terrible. Era un tema que nos apasionaba y no sabíamos cuándo se iba a resolver. El profesor, por ejemplo, era un experto, y hablaba de tormenta en el mundo musulmán. Había una expresión de inquietud en la cara distinguida. Sonaba extraño, pero no sabía leer ni escribir. Al menos prendía el horno para que se calentara. Miraba la camioneta que venía y pensaba que si ladraba un perro, los otros lo iban a seguir. Y que si venía un tren, después iba a venir otro.
JOVENCITAS
Hay unas jovencitas muy atrevidas. ¿Estaré para enamorar a una mujer? Tengo una idea. Salir los viernes a la noche a dar una serie de conferencias. Para mí que van todos. Pero usted va a tener que trabajar. Ahora empieza un poco el calorcito y le tocamos la mano a la novia. Sería conveniente, incluso por motivos de salud. El tiempo, al cabo, debería salvar nuestras almas. Quiero decir, cuando vuelva a verte y trates de apalearme o besarme. Porque aunque parezca que nada te importa, sé que igual vas a tratar de hacerlo. Detrás de la puerta está el padre tocando una armónica, cada vez más bajo. Sus ojos están rotos, quiere irse a flotar por ahí. Ahora, en su mente, sopla y sopla más de lo que suponía.
RULITO
Mientras trato de describir la sensación del rulito, me dicen que puedo seguir durmiendo como un haragán, hasta volverme loco. En este salón, a la medianoche, hay demasiada nicotina. Los tambores chillan por la paz en el cielo. Está bien, uno puede prenderlo o apagarlo, pasarse el peine, afinar mucho la voz, hasta que nadie lo reconozca. ¿Leche o champagne con un buen plato de carne? La sensación es tener el estrecho tubo de pelo con la pinza de tres dedos, un tubo por tirabuzón cada vez más duro, hasta que se dobla y se retuerce, como si el fuego lo rodeara. Luego, sobre una de las laderas, el tren se rompe (todos lo saben) bajo el constante brillo del sol.
DICTADOR
El dictador perpetuo se trae una dama. Deja que la gente venga y se posicione. La casa amarilla que proyectó era como de mariscal. Caminata y perorata, al lado de la hamaca. Es una especie de muestrario a medio terminar. Hasta el coreano puede hablar de las rajaduras del cielo. Es el problema del hablar pausado, es más fuerte la ofensa. El calzado no deja huella, porque no quiere que se sepa si va o viene. Se habla que fue una locura, por el exterminio. Hay uno que disfraza a los chicos, los manda como carne de cañón. Ellos van, entre vestigios de peces raros, y se alimentan de camaroncitos. Avanzan hacia las lagunas, en una expedición silenciosa. Seguro pararán dos o tres noches en la selva.
MERCADO
Dentro del mercado, con toda tranquilidad. En la calle, las mujeres no llevan collares. A esta zona la llaman el colmenar. Todos los museos son muy pequeños cuando tenemos los raudales. Algunos salen de circulación: la vaca que mira, el camión y el auto que ya no se hace más. Es mucha plata ya pintar. Abrieron una brecha y la localidad quedó fuera del lago. Cada diez metros hay frutillas, la altura máxima no supera al árbol.
INTUICION
La intuición me lleva al pájaro. Cada día pienso en una jovencita, en el camino, que viene hacia mí con el sombrero azul. Si hay luz, voy hacia ella, porque esa es mi vida. Toda la gente se da cuenta, miles de personas que, realmente, no tienen nada que hacer. De otro modo, saldrían hasta la esquina a parar los camiones e impedirles el paso, por más que eso implique un sacrificio demasiado alto. Yo sé que alguien está bajando, el ascensor hace ruido. Y entonces hace ruido mi cabeza. Ayer, los que cantaban eran menos, pero mejores. Ahora se llora y no quieren llorar, porque lo dice el que afinaba como nadie. La distancia son tres mil kilómetros por mar, y arriba hay sol en cualquier parte.
DURANTE EL ARREBATO
En aquel momento, una mujer de cierta edad la tocó y se despegó de la mesa. Después empezó a pedir comida. ¿Qué se podía esperar de alguien que se casaba sin haberlo deseado? Sobre todo, si ese alguien siempre se animaba a hacer todo lo que le gustaba. Por ejemplo, prendía las luces en la ciudad, a la noche, cuando estaban apagadas. Iba con palo, trapo y kerosén. Más tarde, con los codos sobre la mesa y las manos entrelazadas en un puño, daba la sensación de que estaba rezando. No quería llorar aunque le pesaran las cadenas. La gran pregunta, entonces, era qué podía hacer en su situación. Y ahí vino la respuesta: comprarse un perro y sacarlo a pasear todas las noches, de paso que salía a prender las luces con los útiles más frecuentes. En una mano los útiles, en la otra la correa. Y si la tarea se complicaba, siempre le quedaba el recurso de atar al perro mientras tanto.
GITANO
El gitano dice que da garantías en cada habitación. El agujero es rápido, sobre todo en la ruta. Todos están mirando, más de lo que él quisiera, cómo su cuerpo cae. Muestra lo que podría ser, si las estrellas fueran estrellas. Tiene los ojos como los de un detective. Pide que lo toquen en la operación y lo que está pasando es que es él el que está escuchando, detrás de la montaña, a millones de personas. Nadie lo puede ver, ni siquiera con un espejo. La multitud se vuelve loca bajo esa atmósfera de falsa intimidad. En pocos minutos vuelven a sus casas a dormir, las mujeres sin maquillaje y atentas a ayudar a cualquiera que pase por ahí un poco aburrido. Uno sobre otro encontrarán la gloria y harán historia.
PASEO
Podemos dar un paseo y dejar que el tiempo pase. Creo que tiene que ver con la formación de hombre. Un ejemplo gráfico, para empezar, es administrar lo que nos está pasando, sorpresas que son lindas, que vienen en sartén. El brindis de la noche lo propone el hombre malo, que no termina de cenar porque lo interrumpen. Qué siente, qué le pasa concretamente, nadie lo sabe. Dicen que se desvanece, que no puede ya mantenerse en pie. Música es lo que sobra para estirar este momento, largas pausas, y cuando retomemos el hilo nos encontraremos en el mismo lugar. El imperio, asegura el marido de la salvadora, no se derrumba por un viaje.
PAISAJE
Parece mentira, pero desde el quinto piso se ve lejos. Es difícil determinar hasta dónde uno ve. La combinación del verde y el violeta, que por una de esas casualidades presentan los árboles de variedades que ignoro, es linda. El verde es todo, es la vida. Se mueve como el mar cuando no está embravecido. O como la campana cuando marca la hora. Acá, en los alrededores, no hay campanas ni iglesias. El cielo está limpio, ni una nube. El violeta, en cambio, es tenue, menos tupido. Deja ver unas ramas que podrían ser negras, pero son grises, entre marrones y grises. El horizonte es rosa y más arriba, celeste. No me canso de mirar. El tanque de agua, por ejemplo, oxidado abajo y hermoso arriba. El tren, que por unos segundos tapa el griterío de los chicos.
TROMPADA
Me pueden pegar una trompada. Ayuda, ayuda, trataré de gritar a un lado y a otro, como un travesti. Comeré galletitas de colores y tomaré una infusión amarga, hasta que alguien venga acá, donde aparentemente voy a quedar todo golpeado, a rescatarme. ¿Te acordás cuando pasábamos las tardes con tu mamá y a mí no me importaba? Quiero decir, no me importaba si hacía frío o calor, si había nubes o sol, porque lo más importante pasaba de las puertas para adentro. Pero llegó un momento en que me di cuenta de que los rayos que vienen del cielo me ponen de buen humor. El amarillo se transforma en rojo y el rojo en marrón. La puerta chilla, claro, o al menos eso es lo que se oye por el parlante. Aprovechemos la luz, te digo aunque no estés y a riesgo de que me tomen por loco. Después se hace de noche, no se ve nada.
EL AMIGO DE LOS TOBILLOS
El amigo de los tobillos espera la tormenta. El japonés es mejor que el que boxea, y los días pasan. Algunos hacen brazadas en la mañana, en la cocina. Cada uno de mis pensamientos sangran en la prueba y tienen gusto grave. La memoria, en este caso, tiende a celebrar aunque no importe. Hay una página en la librería que es como si tuviera una cicatriz. Es un poco más complicado cuando todos los conceptos están separados. Tienen que confiar en mí, porque a nadie le importa. Por lo menos, contener la respiración como dos amantes con los cuerpos rotos. Me gusta toda esta elegancia en las cajas y los libros, sin excusas, que está viniendo. No hay nada que hacer: la reina está envolviendo los paquetes para servir, por si se resuelve que la conferencia, de cualquier manera, va a llevarse a cabo.
ESTILO
No vamos a cambiar nuestro estilo otra vez, ahora que se acerca la Navidad y estamos todos en jean. Corramos mientras nos cuidan, que después viene el espanto y las visiones que rogamos desaparezcan. El desorden de las ratas corriendo mientras llueve es algo que nadie comprende. Bienvenidos al show, dice la negra o uno un poco raro cuya cara es difícil de imaginar. El hombre se va a tirar del colectivo y va a salir corriendo cuando sienta que es real, antes del choque, antes de enfermarse y hacerse el valiente. Siento que sos mi pollera nueva, el séptimo mar que atravieso o el gato que nunca veré caer por la ventana. Los invitados están llegando, según el piso de madera, y lo hacen más rápido de lo que esperábamos.
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