martes, 21 de junio de 2011

Diez poemas más



VERDE

Los dibujos infantiles representan
recuerdos descartables
de la evolución.
A dos casas la obra avanza
y es más cerca el ruido
que el color.
La combinación de primavera,
los detalles de violeta
sacan a las vecinas a pasear.
No alcanzan las escobas
para contrarrestar la trompeta
oxidada de preguntar tanto
en escalas que no cierran
terremotos bajo el sol.
Avanza con palitos de metal
sobre la superficie dura.
¿Es inviolable la caricia?
El detalle, la raya perimetral
cada vez más nítida
nos da una idea
de cómo pasa el tiempo.



AMARILLO

El mar o los árboles, qué más da.
Los submarinos se delatan
sobre los bordes.
Se podría decir costa, hasta hay arena.
Pero las distorsiones llegado este punto
comienzan a pesar.
Lo que decimos en verano
sirve para instaurar
las modificaciones hermosas.
Es como una ola
que sin darnos cuenta
nos va llevando al cauce.
Un pedazo de madera
debe haber quedado, clavado,
en el muelle si no hubo crecida.
Las letras cursivas, desprolijas.
El ansia de tomar
en la espera sentada, llorando.
Son dos mundos.
Y yo estoy acá para ir a la cocina
a desenredar la incomodidad.



PAJITAS

Seis chicos con sus pajitas
agitan chocolate en rama.
Usan cascos de colores:
azul, amarillo y blanco.
El barco se detuvo
en medio de la calle
y el capitán no comprende
lo que pasa.
Dos más dos, cuatro.
Cuatro más dos, ocho.
Cómo ansía la pileta
el trampolín arbitrario.
Es duro el trabajo de mover
o de moverse de la raya.
En los futuros estantes
de la eventual librería
sobresaldrán los que salten
por los aires de techo.



INUNDACION

La inundación llegó tras el esfuerzo
de tanto transpirar entre los palos
el telgopor que amenazaba pasó.
Nadie en la superficie lunar
que transmite mi canal derecho
de por sí resulta una tentación.
En la jaula todo se ve
y hoy se ve que los muchachos
prefirieron arco iris.
En los bordes alguno se quejará
si está a la hora que debiera
cuando la máquina sale a volar.
Podría ser montaña el paisaje
si no fuera por el alcance
que demuestra el aguijón.
Las manzanas del parque
todavía deberían girar
en el recuerdo de los veraneantes.



LA OBRA

I

Adelante hay viento un poco más.
Yo no veo, escucho y huelo
los gritos y la sierra ansiosa.
El repiqueteo, casi sobre la vereda,
es el primer premio del año.
Juegan, mientras tanto, como si estuvieran
en una playa.
Las hormigas huyeron alertadas
por la demolición.
Esto recién empieza, es evidente,
por la profundidad del pozo.
Los árboles ya no están, no quedó
ni el que tenía borlas.
Oigo la procesadora, que mezcla
tierra, agua, y sal
gruesa como los esfuerzos
de los que confían en su pala.

II

Atrás el monstruo abre la boca
sin hacer caso a la madre.
Es más grande que el gato amarillo,
alimento que se cocina afuera.
Yo lo veo todo más rojo y es la lengua
que se insinúa en las fauces.
No hay lugar en la extensión
donde descanse una herramienta.
Está más fresco, hoy, lo que ayuda a pensar.
Si todos fueran sobre tres ruedas
bailando música ambiental
sería difícil repetir la misma escena
en el plazo de unos años.
Yo no hablo, es la verdad,
aunque si quisiera hacerlo podría.



CONSTELACION

En el centro asoma, cuadrada,
una cara de ojos plateados.
Puede ser un daño, el espejo.
Ni idea si la mujer que limpia
sabe hablar en griego.
Tampoco el hombre
que la mira con un balde rojo.
El uniforme la delata (a la otra),
sus chancletas acarrea de flautista.
El ajeno puede seguirla,
unirse a ella en la calle.
Lo único que dicen los títulos, después,
el pasado increíble
por los daños o por el autor
que dio origen a estos cuerpos,
hace instantes.



CUBO

El cubo decorado
con alambrado
llama a jugar.
Se destaca el impostor
que se hace el olvidado
y camina.
Lo de siempre es
el mismo contexto
propicio para ganar.
Vas a hacer muchas,
pero muchísimas no.
Está escribiendo unas palabras.
La más grande dice
que no puede parar de llorar.
La que la parió,
que está fusilada.



POZO

Aparece por las noches
más claras y a la vista
de cientos de carrocerías
entretenidas con los olores,
con otras luces que podrían
no pertenecer al mundo.
El regreso me transporta
sobre una pasta nueva,
similar a la incertidumbre.
Me pregunto dónde estaba el pozo
más chico y profundo,
la falla que hace revolver
otra vez la materia prima.
Es un dolor esquivo
que amplifica el imprevisto
y al mismo tiempo borra
de mi memoria
cualquier antecedente.



EMPEINES

Los empeines secos
se entierran en la laja
a minutos de la tormenta.
Buscamos los sombreros,
los pedazos de sanidad
en banda, antes del diploma.
Casi toda cosa pasa
debajo de las nubes,
la cocina o la plaza
encargada del baile.
Descubro un tesoro
entre las capas de polvo
que no pueden volar.
Los saquitos amarillos
en las vidrieras
anuncian la época del año:
rubia y ruidosa,
pero relajada.
La guitarra es una oferta,
vamos a comprarla.



ESCRIBIR

Podría dejar de escribir
si hace tanto que no escribo.
Me pregunto: ¿para qué sigo?
¿Para decir que el palo está en la pala?
¿Para identificar moto con alguacil?
¿Para estrenar el paraguas nuevo
de tela y sospechar que el policía
ha traído la lluvia?
Hace mucho, mucho tiempo, yo salía
a caminar y los vapores me introducían.
La presentación de una enana es otra cosa.
Mirá, el souvenir mexicano junto al hombre
pequeño que se prepara, articulado,
para otra carrera.
La cabeza, la piedra y las pilas de regalos
que aún me dejan ver el horizonte
de aquel amor a primera vista
el día que busqué y llamé para después
recorrer los kilómetros hasta el bocado.
Después nos fuimos al spa, ¿te acordás?